Guerra

Un ejército de virus se preparaba para el ataque a la Tierra del joven e inocente Sam. El primer día, el ejército consiguió cruzar inadvertido las Puertas de las Amígdalas y pasar desapercibido entre sus habitantes. El segundo día, los virus se empezaron a reproducir y atacar. Los guardias de la Tierra de Sam, los leucocitos, pidieron ayuda al sistema inmunológico, pero la mayoría ni siquiera conseguía reconocer al ejército enemigo.

Sam se encontraba mal, le dolía mucho la garganta y no podía comer, por lo que su madre lo llevó al médico. El médico le diagnostico amigdalitis, una simple infección vírica que se iría sola en cuestión de días.

El ejército vírico iba ganando, prendiendo fuegos por todas partes que los leucocitos no lograban apagar. Al cuarto día, los leucocitos consiguieron recoger más información sobre los virus y empezaron a poder hacerles frente. El quinto día las cosas cambian, y los virus empezaron a perder. Cuando la guerra estaba a punto de terminar, otro ejército malvado llegó: las bacterias.  Los leucocitos estaban agotados por la continua batalla, así que empezaron a perder contra las poderosas bacterias. El séptimo día, unos nuevos soldados aparecieron y empezaron a plantarles cara a los virus y bacterias. Esos soldados no formaban parte del sistema inmunológico, pero estaban protegiendo a Sam; eran los antibióticos.

Como Sam no mejoraba, volvieron a visitar al médico, quién dictaminó que Sam también desarrollado una infección bacteriana y le trató con antibióticos.

Aunque no podían pelear contra los virus, estaban acabando con las bacterias. El noveno día, todas las bacterias habían sido destruidas. Los leucocitos habían recuperado fuerzas, y consiguieron acabar con los virus. Además, aprendieron cómo derrotarlos, por lo que ese ejército jamás podría vencerlos. La Tierra de Sam había ganado.

Los antibióticos consiguieron acabar con las bacterias, y el sistema inmunológico de Sam fue capaz de destruir a los virus. A Sam le bajó la fiebre y empezó a sentirse mejor.