La guerra civil española ha pasado a la historia, y así es recordada, por la deshumanización del contrario, por la espantosa violencia que generó. El total de víctimas mortales se aproxima a las 600.000, de las cuales 100.000 corresponden a la represión desencadenada por los militares sublevados y 55.000 a la violencia en la zona republicana.
Dentro de esa guerra hubo varias y diferentes contiendas, porque en la guerra civil española cristalizaron batallas universales entre propietarios y trabajadores, Iglesia y Estado, oscurantismo y modernización, dirimidas en un marco internacional desequilibrado por la crisis de las democracias y la irrupción del comunismo y del fascismo.
Muchos españoles vieron la guerra desde el principio como un horror, otros sentían que estaban en la zona equivocada y trataban de escapar. Pero la guerra atrapó a millones de españoles, les hizo tomar partido, aunque algunos se mancharan más que otros, e inauguró un período de violencia sin precedentes en la historia de España.
Los bandos que se enfrentaron en España tenían ideas tan distintas sobre cómo organizar el Estado y la sociedad y estaban tan comprometidos con los objetivos por los que tomaron las armas, que era difícil alcanzar un acuerdo. Y el convulso panorama internacional tampoco dejó espacio para las negociaciones. De esa forma, la guerra acabó con la aplastante victoria de un bando sobre otro, una victoria asociada desde ese momento con todo tipo de atrocidades y abusos de los derechos humanos.