Jaime Gil de Biedma, poeta póstumo
Durante los años oscuros de la postguerra franquista, Gil de Biedma perteneció a una ilustre, culta y rica familia de la alta burguesía; quiso ser poeta; y era homosexual; y fue comunista: todas contradicciones que no facilitaron su vida; sino que, en cambio, era irrequieta, irregular.
La poesía fue una especie de disciplina, en el intento de explorar y mantener juntos todos los factores en juego de su situación existencial. Por eso declaró continuamente que escribir poesía fue una manera para “inventar una identidad”; y nunca falló en la intención de atribuir al “juego de hacer versos, que no es un juego” el objetivo del conocimiento, a toda costa; e incluso pudo imaginar el fin del “Yo”, hasta aquel momento protagonista de su poesía, y escribir los Poemas póstumos.
Pero fue también la razón por la que, conseguido el objetivo, efectivamente dejó de escribir en versos, aduciendo como motivo: “Creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema”.
Es esta capacidad – lúcida y, a la vez, apremiante – de enfrentarse con la “irremediable insuficiencia de la vida” que hace su poesía convincente y, al mismo tiempo, atormentada; porque percibimos la soledad de la que nace la solidaridad a la que anhela, la ilusión que persigue y el desencanto al que llega. Un contraste que lo convierte profundamente en un contemporáneo y, además, lo hace necesario como clásico.
