Al ir desarrollándose la crisis, se hizo patente que mientras que la infección cursaba de manera asintomática o leve en la población joven y sana, las formas graves de la COVID-19 se asociaban a la edad avanzada, género masculino y hacían estragos en pacientes que ya padecían previamente de enfermedades crónicas como la enfermedad renal crónica, la enfermedad cardiovascular, la hipertensión arterial, la diabetes mellitus (tipo 2) y el síndrome metabólico, estas tres últimas muy vinculadas al sobrepeso, seguidas en importancia por las inmunodeficiencias, el hábito de fumar, la enfermedad respiratoria crónica y la enfermedad hepática crónica.
Todas esas enfermedades pertenecen a un grupo denominado «enfermedades del estilo de vida» o «enfermedades de civilización», que se definen como las enfermedades relacionadas con la manera en que las personas viven sus vidas. Veremos cuáles son estas enfermedades y los principales factores que las desencadenan.
Durante la crisis y los confinamientos, los cambios en el estilo de vida fueron, en general, para peor.
A los malos hábitos previos hubo que sumar un sedentarismo impuesto por las restricciones al movimiento, a veces leoninas durante los confinamientos, y la presión psicológica derivada del miedo por nosotros y por nuestros seres queridos, el aislamiento forzoso, la incertidumbre sobre el futuro o la dificultad para aceptar los recortes de libertad. El malestar individual dio paso a un malestar generalizado, de carácter social. Para terminar, pasaremos revista a las secuelas que dejó la crisis y que persisten.