Don Quichotte

Welles, en un hotel de Ciudad de México, comienza a leer la historia e intenta ir explicándosela a Patty McCormack, por medio de flash-backs que engloban los elementos más importantes. Pero este Quijote wellesiano no ataca molinos, sino que decide enfrentarse a una excavadora; no arremete contra los títeres del Retablo de Maese Pedro, sino contra una pantalla de cine en el que se proyecta a una heroína en dificultades. El final muestra lo último en destrucción, una explosión nuclear. Sin embargo, nuestro héroe y su fiel escudero emergen como símbolos de la indestructibilidad de las ideas nobles.