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El flamenco, mil formas de decir «te quiero» y «me muero»

El flamenco, mil formas de decir «te quiero» y «me muero» Congreso Mundial Flamenco

En la poesía popular, aquella que nutre al repertorio flamenco, se recogen los temas de mayor altura universal, el amor, la vida y la muerte, de una forma particular. En la voz de los artistas, por tanto, podemos ver una perspectiva concreta del mundo con patrones que se repiten y que también difieren en una multitud de matices: el miedo al fallecimiento, a lo desconocido, en oposición a la valentía ante la muerte que se muestra en otros versos por medio la paz interior («Porque morir es natural…»); la entrada en un proceso de depresión (la pena que no se va, se queda); la fatalidad del destino y el triunfo; la desgana, el placer y la fanfarronería cuando el discurso se hace público; la mentira y la verdad, siempre en continua tensión; el papel de la mujer cuando es madre o hermana y cuando es pareja o ex pareja, tan diferentes, incluso cuando pasa al plano de suegra («Cuando paso por tu puerta/cojo pan y voy comiendo/pa que no diga tu mare/que con verte me mantengo»); la figura del padre, a veces adorado, a veces detestado; la soledad no buscada como único camino, etc. Estas líneas temáticas, que encierran afán universal, evolucionan en la poesía culta (digamos, de autor) de esencia popular, donde la incorrección presa de un tiempo, habitualmente, se desdibuja, produciéndose además un enriquecimiento en los enfoques y en los recursos literarios. En esa línea de poesía culta con esencia popular podríamos mencionar a los Machado, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Alberti, Miguel Hernández, Fernando Villalón, Rafael Montesinos, Félix Grande y Caballero Bonald, entre otros muchos. Algunos escriben para el flamenco, como los últimos. Otros, alejados de las estructuras de lo jondo, terminan siendo adaptados por artistas de tan enorme influencia como Camarón, Morente, Carmen Linares y Calixto Sánchez. También por la Niña de los Peines y Pepe Albaicín, bastante anteriores, y los más actuales, como Miguel Poveda, Rocío Márquez, Arcángel y José Valencia. Es el flamenco, por todo ello, el gran espejo donde los valores universales se proyectan y se comparten, refractando un sinfín de prismas donde cabe lo culto y lo popular en un espacio compartido. ¿Solo es culto aquello que tiene autor? ¿Qué universalidad tiene lo que se produce desde la individualidad? ¿Cuántas formas hay de adaptar lo culto, tanto a través de las estructuras tradicionales de los palos («Todas las casas son ojos», bambera de Carmen Linares) o bien fuera, a través de la canción («Una rosa», de Rocío Márquez)? ¿Quiénes fueron los pioneros? ¿Qué aporta el intérprete al texto? ¿Cómo unos mismos versos, los de la «Leyenda del tiempo», generan obras tan dispares como las de Camarón y Morente? ¿Cómo emulan los letristas (Manuel Gerena) a sus debilidades poéticas (Miguel Hernández)? ¿Cómo se emplean recursos como la ironía, la metáfora, la hipérbole y algunos más complejos como la políptoton en el cante? («A querer nadie me gana/porque queriendo pierdo el sentido/qué pena que quien yo quiero/ nunca se lo ha merecido», José de la Tomasa). En resumen, se canta lo que al mundo le duele. Todo ha de tener una razón de ser que parte a veces de la racionalización (lo culto) y en otras ocasiones de la visceralidad espontánea, de una respuesta fugaz ante la contemplación, del estímulo (lo popular). Y todo deja, en su conjunto, un mosaico construido con una armazón de múltiples personalidades. Ese sentir del individuo y del pueblo que toma cuerpo con la forma más natural y efectiva de transmitir y divulgar la poesía: la música. Luis Ybarra colabora con ABC y Gurmé en temas de cultura, ocio, flamenco y gastronomía, y está inmerso en un programa de flamenco para Radiolé, Temple y Pureza, que se emite los viernes de 22 h. a 00 h. Autor del libro "Grandes del flamenco".

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