En definitiva, la coreografía le ofrece un valor escénico que hace posible el casamiento de la danza con el teatro. Bailar no es un gesto anodino ni espontáneo.
Es, al contrario, una responsabilidad ética que entraña una disciplina y una constancia sostenidas para aprender y adquirir la pericia suficiente que exige la excelencia. Bailar no es una cuestión de un instante. Exige el compromiso de toda una vida, fuente inagotable para construir universos capaces de crear belleza y emoción.
El encuentro con el público es una oportunidad para descubrir los meandros de una producción dancística como es el caso de nuestra Scheherezade