Tarab
Kike GarpeCuentan que en la liturgia que se desprende de la estampa de un cantaor gimiendo con los ojos entornados coexisten la tragedia y la dicha. En Tarab participamos de ambos territorios: nos consternamos en el dolor de los gitanos perseguidos durante siglos al escuchar el cante de Jesús Corbacho al tiempo que participamos del júbilo al sumergirnos en el zapateado de Choro Molina. En Tarab cada tercio y cada desplante cobijan al dolor y la pena en un cesto zurcido con nuevos mimbres de esencia. Dicen que cuando un cantaor oye al guitarrista reproduce la melodía en su interior; que cuando el baile asoma sobre las tablas, cantaor y guitarrista reproducen en su mente cada golpe de tacón con una sincronía perpetua que los anuda con una ligazón invisible. En Tarab guitarra, cante y baile no son casuales. Molina y Jesús Corbacho no saben mirarse en el espacio escénico si no es adentrándose en el interior del otro para enarbolar las esencias místicas de este arte que en Andalucía halló el hilo perdido de la madeja. Dicen que la música nació para explicar aquello que las palabras no alcanzan. En Tarab Jesús Corbacho y Choro Molina culpables de no explicar nada porque la jondura jamás se explica: se muestra en la complicidad que se transfigura en la escena Tarab es un viaje desde Huelva para hallar la modernidad desde lo primitivo. Choro Molina y Jesús Corbacho sienten el deber atávico de que su creatividad flote sobre la argamasa de la tradición. Pero sobre todo, Tarab convierte al espectador en el tercer protagonista de las tablas, lo interpela a dialogar con Corbacho y Choro Molina hasta las últimas habitaciones de la sangre.