Madres e hijas: apegos de amor y violencia
En el útero es donde comienza. La voz de la madre llega a veces por fuera, a veces viaja por el líquido amniótico y hace vibrar el tejido que en unas semanas será un tímpano, un nervio auditivo. Es algo que se determina en el momento de la concepción, y cada célula lo lleva en el ADN. Dos equis se han unido en el par veintitrés, el cromosoma sexual. Treinta y nueve semanas más tarde una niña llorará y será colocada en los brazos de su madre. Una relación que es compleja, con tantos matices como el número de hijas que han venido al mundo. Desde Deméter y Perséfone en la antigua Grecia, pasando por Ruth y Noemí en el Antiguo testamento, la señora Bennett y sus cinco hijas en Orgullo y prejuicio de Jane Austen, hasta Vivian Gornick y Anne Sexton. Una madre también fue hija, lleva una herencia emocional y psicológica, a veces subconsciente. Hay amistad y protección, a veces violencia. Con el paso del tiempo las percepciones cambian, incluso los roles. Las hijas se vuelven madres. A veces hay gratitud, a veces frialdad. Y cuando llega el momento de decir adiós, ¿hay libertad o tristeza en la orfandad? ¿Cómo se rompen o no esos apegos feroces de los que habla Gornick?
