El periodista del New York Times Sam Anderson pasó una semana en Kenia con dos rinocerontes blancos hembra, madre e hija, que son las últimas de su especie. Con su muerte, su especie se extinguirá definitivamente. Anderson describe el día a día de Fatu y Naijn mientras pastan bajo el sol, indiferentes a su devenir.
Con The Very Last Northern White Rhino, el coreógrafo Gaston Core nos muestra su percepción de los animales, los cuales, a pesar de su enorme tamaño, le parecen seres frágiles. Sus cuerpos son únicos, como las obras de un museo viviente. Conscientes de su inminente extinción, los dos animales se muestran muy humanos. Nos ponen cara a cara con nuestro propio destino. El hecho de que sigan existiendo y de que sus cuerpos ocupen un espacio los convierte en símbolo de toda una especie. Y así la analogía continúa y una sola persona en escena —el bailarín Oulouy— se convierte en el símbolo de la propia criatura.
Ante lo que nos espera, ¿se puede encontrar la paz en medio del caos? Gaston Core busca un lenguaje cuyas dinámicas y formas vayan al meollo del asunto. Con una estética de danza urbana y elementos de hiphop, krump, finger tutting, así como de danzas de influencia africana como el coupé-decalé, él y su bailarín Oulouy se dedican a la fugacidad. Celebran la danza como exceso, como una fiesta que nace de la vida. Bailar hasta la extenuación, hasta el final.