Cristino de Vera, el eremita de la pintura
«Muros y dos objetos blancos» - Cristino de Vera (1997) ©Fundación Cristino de Vera - Fundación CajaCanariasComisariada por Juan Manuel Bonet, la exposición es la primera individual italiana de Cristino de Vera (Santa Cruz de Tenerife, 1931), un solitario del arte y un gran admirador de una península que recorrió por vez primera en 1962, gracias a una beca de la Fundación Juan March que le permitió visitar varios países europeos.
Formado en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad natal, donde le influyó poderosamente Mariano de Cossío, miembro de una ilustre saga cántabra, y adepto, en la preguerra, al realismo mágico, Cristino de Vera dejó atrás, al decidirse por la pintura, una primera vocación de marino.
Trasplantado en 1951 a Madrid, el pintor prosiguió su formación en el taller de Daniel Vázquez Díaz, y en San Fernando. Por su maestro conocería a Adriano del Valle, prologuista de su individual de 1956 en la Galería Alfil. Con el tiempo, otros poetas (entre ellos Gerardo Diego, José Hierro, Carlos Edmundo de Ory, Ángel Crespo, Manuel Padorno, Carlos Oroza, José-Miguel Ullán, Lázaro Santana, Andrés Sánchez Robayna o Enrique Andrés Ruiz) escribirían sobre él.
Pintor de la luz y del silencio, de las plañideras, del paisaje de Castilla (sus ciudades, sus humildes camposantos rodeados de cipreses) o del de su isla natal, el corazón de la obra de Cristino de Vera, también agudo retratista como puede comprobarse aquí ante su efigie de su colega y amigo Antonio Quirós, lo constituyen sus bodegones, varios de los cuales son vanitas, y en los que además de cráneos encontramos espejos, rosas, velas, y copas o tazas de estirpe, sí, morandiana, aunque también en este campo se inscribe en una tradición española, que es la de Zurbarán y Luis Fernández, pero también la de Sánchez Cotán o Juan Gris.
Cristino de Vera, que practica el arte de la repetición, del asedio, de la variación sobre unos pocos motivos, y cuya obra cristalina posee un intenso sustrato espiritual, tuvo, a comienzos de los sesenta, la tentación de la abstracción. Pronto la abandonaría, destruyendo esas tentativas, pero siempre ha conservado devociones por no-figurativos como pueden ser Tàpies, Rothko, Clyfford Still o Gonzalo Chillida.
Pintor solitario y amigo del silencio, Cristino de Vera es, sin embargo, como su mujer, Aurora Ciriza, un viajero empedernido, y un ser sociable y con un gran sentido del humor, como se puede comprobar visionando Al silencio, el documental que le dedicó en 2005 Miguel García Morales.