El lenguaje múltiple: poesía del dolor, poesía de la esperanza

Una niña juega en el pasto. Corre, da vueltas, se ríe y habla con amigos invisibles. A unos metros alguien la observa, la encuadra y hace una fotografía. En la imagen queda retratado también el edificio universitario que se alza detrás, los árboles, quizá algún pájaro. Años después la niña ahora adolescente verá esa imagen, se preguntará dónde quedó su inocencia, la alegría que se vio sepultada por los eventos del presente. Violencia infligida por el estado, represión, injusticia. El deseo de oprimir al otro, de anularlo. Años después la mujer verá la foto y al mismo tiempo verá a la adolescente viendo a la niña. ¿Cómo expresar el paso del tiempo, lo que ha quedado en la memoria? Pasos sobre el asfalto, una silueta. Un individuo camina por la calle después de la lluvia. Regresa a casa sin querer hacerlo. En la cocina calentará agua en una olla, como cada noche, y sorberá del café en su soledad. Quiere y no quiere estar más allí. Poetas como Miyó Vestrini, Linda Pastan, Donald Hall, Anne Sexton, entre otras, han mostrado que el lenguaje puede ser un lugar de añoranza y de reencuentro. Un lugar donde se puede lavar el dolor para luego encontrar o no la esperanza. Dos poetas que hacen del silencio una escultura. Dos poetas que entre líneas saben labrar lo que solo se puede sentir con las yemas de la imaginación. Dos poetas que osan hablar del dolor y su otra cara.